Volar sin avión - "Silly Season" II
Yo me considero un amante de la aviación, pero eso de volar "a pelo" no lo llevo muy bien. Mi primera experiencia fue en 1984 al saltar desde una Dornier Do-27 del Ejercito del Aire en Maspalomas (Las Palmas de Gran Canaria).
La Do-27 (llamada U-9 en el código del E.A.)
Esta avioneta era usada como aeronave de apoyo y enlace en el E.A. Poseía unas características STOL muy buenas y entró en servicio para sustituir a las viejas Fi-156 Storch. Una serie de 50 Do-27 ( C-127 en denominación de CASA) se construyeron en la factoría de Tablada, volando la primera el 3 de diciembre de 1959 con el piloto de pruebas Ernesto Nienhuisen a los mandos. La serie sería completada dos años más tarde. A partir de 1973 fueron compradas a la Luftwaffe un total de 26 aparatos más de factura alemana. Con posterioridad 15 de ellas fueron remitidas a la Subsecretaría de Aviación Civil, que las remitió a su vez a distintos aeroclubs, donde fueron particularmente apreciadas para lanzamiento de paracaidismo deportivo. Han estado destinadas en casi todas las Alas de Combate. Actualmente se encuentran en depósito esperando su baja definitva en inventario del Ejército del Aire. Esta avioneta tenía un peso en Vacío de 985 kilogramos, una longitud de 9,6 metros y un peso máximo al despegue de 1.600 kg. El Empuje era de 274 CV. Una de las particularidades de esta avioneta es el hecho de que cuenta con un tren de aterrizaje con rueda de cola, que es necesario elevar antes de despegar.
Hacía tiempo que tenía la inquietud de saber lo que se sentía al saltar en paracaídas y sin dudar me apunté al curso en cuanto pude. Me entrenaron en poco tiempo en el uso del paracaidas E.F.A. (Etudes é Fabrications Aeronautiques) 65 "papillon", que se había diseñado en los 70 y por aquel entonces todavía era un buen paracaídas (hoy en día es una antigualla). El instructor de salto nos explicó todo lo que hay que saber sobre este paracaídas, los riesgos, las emergencias y el tipo de salto que íbamos a realizar. Al ser un primer salto utilizaríamos el sistema de apertura automático, esto es, nada más saltar se abriría el paracaídas. En caso de que esto no sucediera tendríamos que hacer uso de la anilla de emergencia del segundo paracaídas que llevábamos en el pecho (se pude ver en la foto).
Las cosas sucedieron de forma muy diferente a como yo me las había imaginado. Para empezar tuvimos que esperar casi una semana después de la instrucción para dar nuestro primer salto. El motivo no era otro que los fuertes vientos del sur de Gran Canaria. Todos los días íbamos al paraclub para ver si podíamos saltar, nos pasábamos horas esperando que nos dieran la autorización cargados con todo el equipo para luego irnos a casa. El día del salto no sabíamos que iba a ser "el día" y yo como de costumbre me aflojé las cinchas para estar menos encorvado y poder pasearme más cómodo por el paraclub.
De repente oímos al instructor que nos gritaba: ¡Al avión! ¡Al avión! ¡El viento ha bajado de intensidad! ...y allí nos fuimos rápidamente 3 alumnos, el instructor, el piloto del avión y el copiloto. Eramos seis personas en un avión muy pequeño. Yo pensaba ¿Pero como nos vamos a meter todos ahí? además el avión carga un máximo de 1600 kg (6 personas x 85 kg cada una, más el equipo, más el combustible...), en fin, yo intentaba pensar que todo esto ya estaba calculado de antemano y con el "mieditis" que ya tenía en el cuerpo no era cuestión de darle más vueltas. El instructor preguntó ¿Quién va a querer saltar primero? a lo cual me dio por levantar la mano (siempre igual no tengo remedio). Bueno, pues tú entonces entras el ultimo y te colocas agachado en cuclillas en el cono de cola, me dijo empujando a los otros hacía el interior. Y por fin allí estábamos todos enlatados en la Do-27.
Aeroclub de Gran Canaria |
El aeródromo del aeroclub de Gran Canaria se llama El Berriel y está situado en Tarajalillo, municipio de San Bartolome de Tirajana. Esta pista es corta, 88 metros por 20 metros de ancho (...muy corta sobre todo para una avioneta de solo 274 CV de potencia con 6 personas y equipo de salto). Además de ser corta la pista empieza y termina en el mar, con lo que si se tiene que abortar un despegue debe de hacerse de manera muy controlada para no acabar en el agua. El piloto se alineó en la pista 25 y avanzó los gases del motor lycoming de 6 cilindros opuestos g8-480-b1a6. Aquello rugía y vibraba (.¿..o era yo el que temblaba?) pero no parecía que ganásemos mucha velocidad. Recuerdo que en mitad del despegue el piloto no podía levantar la rueda de cola y el avión seguía consumiendo metros de pista y no podía tomar la actitud de despegue. El piloto entonces giró la cabeza y a voz en grito dijo: ¡A ver, el de atrás del todo, levanta y échate hacia adelante! ¡Rápidoooo! Madre mía, con el miedo que tenía en ese momento. Pude incorporarme rápidamente y echarme en la "chepa" del piloto, que pudo en "in extremis" levantar la Dornier poco antes de acabarse el asfalto.
Pero mis desdichas no habían hecho sino comenzar. Volamos durante unos minutos hasta situarnos a una altura de unos 500 metros sobre las dunas de Maspalomas. después de calcular que el viento estaba un poco por encima de los limites permitidos, el instructor dijo: ¡No importa, solo son unos pocos nudos de más! ¡Saltamos! Se abrió la puerta lateral y me situé en el exterior de la avioneta con un pie apoyado en el estribo del tren de aterrizaje principal y el otro dentro de la carlinga. Todo el mundo me miraba y supe en ese momento que era un punto de no retorno. Había que saltar.
En unos segundos estaba cayendo en el vacío. Más bien era la avioneta la que se alejaba de mi. Por unos segundos estaba suspendido sin nada que me sujetase en el aire. Fue muy breve, inmediatamente sentí el tirón de la apertura del paracaídas principal y rápidamente miré hacia arriba, tal como nos habían enseñado durante el entrenamiento, para comprobar que la campana se había abierto correctamente. Justo en ese momento sentí un dolor y una incomodidad tremenda. Me había olvidado de ajustarme el paracaídas (pasamos días enteros esperando el salto con las cinchas más sueltas de lo normal y no las tenía apretadas). El único remedio era hacer fuerza y tirar de las cintas principales con las manos para no reposar el peso de mi cuerpo en las inferiores. ¡Genial! pensé.
Para colmo de males el viento había cambiado y se hacía mucho más fuerte. El paracaídas Francés tenía solamente dos aperturas en la parte posterior de la campana y no era ni mucho menos maniobrable como los que existen hoy en día. Lo único para lo que servían las aperturas (abrirlas y cerrarlas), era para poder rotar el paracaídas y poder ponerse a favor o en contra del viento, pero nada más.
Con todo y con eso me las arreglé para no caer en el agua. Allí estaba yo, descendiendo "majestuosamente" (pataleando entre el dolor y la indignación), para acabar cayendo en... ¡Ups, la zona nudista de la playa! ¡Que vergüenza! En fin, recogí el paracaídas tan rápidamente como pude e intenté abrirme paso entre el corrillo de guapas "teutonas" que acudieron muertas de risa a contemplar el evento. Hoy, despues de tantos años, todavía me parto de risa cada vez que me acuerdo, pero desde aquel día pensé que lo mejor era volar dentro de un avión (...y cuanto más grande y potente mejor).
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