La última misión

Cuento de Navidad dedicado con cariño a Olga


De pronto hubo un estruendo terrible a nuestro alrededor y el cielo se llenó de luces. Las ráfagas de fuego antiaéreo se aproximaban al avión. Murray podía ver la munición trazadora como si fueran un grupo de luciérnagas emitiendo destellos al unísono.

—¡Suelta las bombas!
—¡Todavía no!
—¿Quieres que nos maten muchacho? —preguntó angustiado el primer oficial desde el intercomunicador. 
—¡Mantenga el rumbo, ya casi estamos!
—¡Fuego! ¡Tenemos fuego a bordo! —gritó el navegante.

De repente me desperté sobresaltado y empapado en sudor. 

I
Una capilla medieval, un cocodrilo y un avión

Siendo muy niño mi padre me llevó a visitar la ermita de la Virgen de Sonsoles. La capilla medieval se construyó en el reborde meridional del Valle de Amblés. Desde su ubicación se puede ver una hermosa panorámica de la ciudad, del río Adaja y del valle, de la que esta Virgen es patrona. La ermita es un lugar de culto muy querido por los abulenses y especialmente por mi padre, que era fiel devoto de esta advocación mariana. 

La experiencia de visitar un lugar sacro es multisensorial. Olor a incienso, baja temperatura, humedad y una serie de cosas que me suscitaban rechazo. Aquel sitio me aterraba. Se me antojaba lúgubre. Había ofrendas de creyentes. Brazos, manos, pies y piernas modeladas en cera. Ofrendas por milagros de sanación. Trajes de toreros que habían salido indemnes de algún apurado lance en el ruedo.

Del techo colgaban tres cosas que llamaban mi atención. Un cocodrilo, quizás un caimán. Enorme y lleno de polvo. La leyenda contaba que un caballero español en las américas fue atacado por el saurio y, siendo derribado de su caballo, se encomendó a la Virgen para que le protegiera. Su fusta se convirtió entonces en espada y, sacando fuerzas de flaqueza, venció al enorme lagarto. El caballero prometió llevar a la ermita el animal y desde entonces allí se conserva. Hoy en día está lleno de polvo, le faltan algunos dientes y el paso del tiempo le ha dejado un aspecto acartonado, pero sigue siendo impresionante.

Había también un barco, pero lo que más me impactó fue una maqueta enorme de un biplano de los años 20 que también colgaba del techo. Una vez más la leyenda que nos ha llegado hasta hoy contaba que los aviadores, volando a ciegas, se metieron en una tormenta muy violenta que amenazaba con echar abajo el aeroplano. Los aviadores se encomendaron a la Virgen que les ayudó a superar las grandes turbulencias. 

La impresión infantil perduró en el tiempo. Los miedos fueron superados de mayor. Las leyendas son solo leyendas. Las creencias de la gente son solo eso, creencias. Pero todo aquello todavía hace que un escalofrío recorra mi espalda cuando pienso en lo que sucedió en uno de mis vuelos. A veces dudo si realmente fue puro azar, ...quizás no.

II
Preparación del vuelo

En aquel invierno de 1999 pedí un permiso en mi unidad del Ejército del Aire para refrescar mi experiencia en polimotores y apuntarme unas cuantas horas en el libro de vuelo. Antes de salir para los Estados Unidos me acordé de meter en mi equipaje la medallita de la Virgen de Loreto, la patrona de los aviadores, cuya festividad se celebra cada año el 10 de diciembre. Una costumbre que adquirí desde mi primer vuelo. 

Había vuelto a Texas, a la misma academia donde me formé como piloto. Aquella fría mañana tenía planeado lo que se conoce como "cross country" (un viaje de media-larga distancia). El vuelo empezaría en mi base, el aeropuerto de Bourland Field, en Dallas-Fort Worth. La intención era llegar hasta el Rick Husband Amarillo International Airport. Mi avioneta era una Piper PA-23 Apache del año 1954. Una de las primeras que se produjeron. Un auténtico clásico que volaba lento, pero de forma elegante. Tenía incluso el entrañable "borreguillo aeronáutico" en los asientos. Con aquel aparato y pertrechado con mi cazadora de cuero aviador, y mis gafas de sol de patilla recta me parecía estar viviendo en los 50.


Llamé al servicio de vuelo y recibí un buen resumen de las condiciones meteorológicas. Tenía previsto despegar a las 10 a.m. y el vuelo terminaría alrededor de la una. La previsión del tiempo era bastante buena, aunque ya sabía bien lo cambiante que podría llegar a ser el tiempo en Texas. Los de allí solían decir aquello de "si no te gusta el tiempo que hace, entonces espera cinco minutos". Existían algunas nieblas en los alrededores de Childress y la posibilidad de que aumentara la nubosidad a 1.000 pies de altura en el área de Dallas-Fort Worth después del mediodía. Decidí pedir un vuelo visual (VFR) a control y con toda esta información planifiqué una ruta de 260 millas náuticas marcando un rumbo inicial noroeste. 

Accedí al interior del avión con mi flamante maletín repleto de mapas y el computador analógico de vuelo E6-B. En aquel entonces casi todo se calculaba de forma manual y no se volaba tanto con GPS como ahora. Después de un fulgurante despegue me encontraba a bordo de la PA-23 a 7.000 pies de altura escuchando el armonioso y acompasado sonido de los dos Lycoming O-320. El vuelo era tranquilo. Al poco escuché por radio que en Amarillo las cosas no estaban bien. Bajo mínimos y con pocas probabilidades de poder aterrizar. Sobre la marcha cambié mi plan de vuelo visual a instrumental por si las moscas e hice unos pequeños cálculos para tener un aeropuerto alternativo en caso necesario. Volé un buen rato con rumbo 310º en condiciones visuales a una altura de 10.000 pies y me deleité viendo que la Almería española donde se habían filmado tanto "spaghetti western" no tenía nada que envidiar al árido paisaje tejano. 

III
Las CAT (Clear Air Turbulences)

Me entretuve en fijar mi posición a base de radiales VOR en el instrumento RMI y calculé el consumo de combustible. Todo era correcto. Al poco, el vuelo se tornó incómodo. Sentí que el avión sufría sacudidas. Las sacudidas fueron creciendo y sentí que era zarandeado. Me asombró la intensidad de los movimientos. Estaba pasando por una zona de lo que se conoce como turbulencias en aire claro. Trataba de controlar mi avión de la mejor forma posible. Manejaba los cuernos y compensaba para que las alas pudieran mantener la horizontalidad. Pude ver las sacudidas de la aguja del VSI (indicador de velocidad vertical) dentro del instrumento indicando subidas y bajadas incontroladas. El altímetro y el medidor de velocidad también mostraban grandes fluctuaciones. Sin comerlo ni beberlo estaba metido en las temidas CAT del medio oeste. Pensé que si se incrementaban las ráfagas podrían dañar la estructura o las alas del avión. No comuniqué en ese momento por radio, pues lo primero era tratar de controlar la aeronave y no perder el rumbo. 

De repente cesaron las sacudidas, pero me di cuenta de que había perdido las referencias con el terreno. Ahora estaba envuelto en nubes, pero curiosamente no estaba dentro de ellas. Tenía nubes por todas partes y mi avión había recuperado su estabilidad natural. Se veían formaciones de cumulonimbos a modo de torres enormes a uno y otro lado cómo si se tratara de un gigantesco retablo barroco. Existía un espacio enorme entre las formaciones nubosas. Podía evitarlas pasando entre ellas. La sombra de mi avión se proyectaba de forma irreal representando un aparato de mayores dimensiones. "¿Ese soy yo?" me pregunté. Llegué a pensar que había otro avión en las mismas circunstancias. El vuelo estaba controlado, pero parecía como si hubiera entrado en el ojo del huracán y disfrutara de calma chicha. Un estado de tranquilidad entre nubes, aunque con visos de no ser duradera y con una cierta inquietud que presagia problemas.

Con el avión bajo control y rodeado de algodonosas nubes blancas por todas partes, pensé que era un buen momento para recobrar la tranquilidad. Pensé por unos segundos que, después de todo, tenía conmigo a las muy milagrosas vírgenes de Loreto y de Sonsoles para protegerme. Había luz en la parte superior y pude ver el cielo azul a ratos. Eso me daba cierta tranquilidad. Intenté comunicar con control de tráfico, pero fue imposible. La radio no era capaz de transmitir ni recibir nada. 

Intenté ascender para salir de la zona de nubes y estas parecían hacerme un pasillo según avanzaba. Al no tener referencia del terreno decidí guardar los mapas VFR y pasar a volar con los instrumentos (IFR). Ya no se veía el cielo. Seguí entonces el radial del VOR que me mantenía en ruta y me concentré en los instrumentos sin dejar de observar el exterior. Traté de contactar en múltiples ocasiones por radio para informar de las condiciones meteorológicas, pero no hubo manera. 


IV
La tormenta perfecta

¡Vaya mierda de vuelo estoy teniendo! pensé. En ese preciso momento volvieron las fuertes turbulencias que sacudieron mi avión dejando mi cabina de vuelo hecha unos zorros. El maletín que estaba en el asiento de al lado saltó y se cayó. Se abrió de golpe desparramando todos los lápices, mapas y demás material en el suelo. Mis flamantes cascos Telex también saltaron llevándose con ellos mis gafas para quedarse ridículamente ladeados en mi cabeza. Instintivamente agarré los controles con ambas manos. 

Esta vez parecía que las cosas eran mucho peores. La nube era un verdadero infierno. Mi PA-23 se empezó a mover a merced del viento como si fuera una cometa. Además de las ráfagas de aire incontrolado tenía encima una tormenta con aparato eléctrico. Los fogonazos de los rayos me deslumbraban y el sonido de los truenos inmediatamente después me indicaban que estaban sucediendo a pocos metros de mi avión. Uno de ellos pareció atravesar por mi lado derecho con gran estruendo.

El avión alabeaba a izquierda y derecha, subía y bajaba de forma continua y los motores se aceleraban para luego volver a su ritmo previamente establecido. Apenas podía controlarlo y perdí la referencia de la verticalidad. Con un movimiento violento escuché el crujir de la estructura del avión. Fue un momento de pánico. Los papeles revoloteaban por toda la cabina. Me horroricé cuando eché un vistazo a los instrumentos y ví el horizonte artificial casi del revés. No podía creerlo ¿había dado la vuelta y volaba boca bajo? Nunca antes había experimentado algo semejante. Los instrumentos de navegación también mostraban indicaciones incongruentes y la brújula hacía rato que bailaba el mambo. 

Atravesé por fin la nube tormentosa, y cuando los zarandeos disminuyeron, comprendí que lo peor había pasado. Empecé a tranquilizarme, aunque seguía sin ver nada en el exterior y me sentía como recién salido de una coctelera. Me dio por pensar que había volado en medio de fuego antiaéreo, como aquellos B-17 en la Segunda Guerra Mundial. El horizonte artificial parecía haberse dañado completamente. Culpa mía por no haber llegado a seleccionar la posición CAGE en medio de las turbulencias. El instrumento seguía mostrando una actitud incongruente. Me basé entonces en el medidor de velocidad vertical (VSI) y en el coordinador de virajes para intentar mantener el vuelo recto y nivelado. Pensé incluso en escupir para ver hacia donde se iba la cosa y tener una referencia, pero luego me dije "Qué marranada ¿no?"

No pasó mucho tiempo cuando me di cuenta de que tenía menos combustible del previsto. Algo no iba bien. El avión volaba descompensado, como queriendo escorarse hacia la izquierda. Eché un vistazo rápido a los motores y a las alas. Me di cuenta que tenía una pequeña zona chamuscada en el ala derecha de la que salía algo de combustible. Un rayo había impactado en el ala y la había perforado. Suerte que la estructura del avión actuara como jaula de Faraday o me hubiera electrocutado.  

Empezaba a salir de la nube. Todo estaba en calma. La transición me dio la seguridad de haber recuperado completamente el control perdido en los inacabables minutos anteriores. Utilicé el selector de combustible para aislar los tanques. Al comprobar el ritmo de la pérdida calculé que en el peor de los casos mi motor derecho se pararía en unos 15 minutos por falta de combustible. Mi PA-23 no podía mantener la altura con un solo motor y estaba forzado a descender, pero ¿donde? El horizonte artificial seguía estropeado, pero los instrumentos de navegación ya mostraban indicaciones estables. Utilicé el RMI para orientarme. La tormenta me había sacado de la ruta y mi alternativo todavía estaba lejos. Seguramente no llegaría. De pronto divisé unas pistas cruzadas muy cerca. "Allá que me voy" me dije y dirigí mi avión hacia ese aeropuerto. El vuelo después de la tormenta era suave. La sensación era casi la de haber atravesado a otra dimensión. "como en las películas" pensé. 

V
Un aeropuerto fantasmal

Me encontraba en un aeropuerto del que nunca había oído hablar. Cogí del suelo el AIP (manual de información sobre aeropuertos) y eché un vistazo. Se trataba de Childress sin duda, pero se suponía que no debía estar ahí. En teoría me encontraba muy alejado de aquel lugar ¿Pudo la tormenta haberme desplazado tan lejos?

Sobre el mapa parecía un gran aeropuerto. Incluso dotado de aproximación instrumental VOR.  Seleccioné la frecuencia y traté de comunicar por radio, pero no recibí respuesta. En parte no me sorprendió, pues en los Estados Unidos en aquella época era muy frecuente utilizar el Unicom o frecuencia común de un aeropuerto para declarar tu propósito. 

Se solía hacer en aeropuertos que no tenían torre o que esta estaba desatendida en ciertas franjas horarias. De esta forma se hacía saber al posible tráfico de la zona donde estabas y cuáles eran tus intenciones. Lo que me extrañó mucho es que un aeropuerto de esas dimensiones no tuviera una torre en funcionamiento 24h. Normalmente se solía escuchar algún que otro avión haciendo prácticas, pero en Childress parecía no haber nadie. Mis Telex, ya estaban perfectamente colocados, los golpee con los dedos en un acto casi reflejo, como para asegurarme de que funcionaban, pero solo escuchaba estática.

En efecto estaba solo. La buena noticia es que tenía tres pistas enormes (en realidad seis) a mi disposición. "Bueno, después de todo aquí dicen eso de "Everything’s bigger in Texas", pensé. Hice el procedimiento de entrada y elegí la que tenía el viento más favorable. Ya en el tramo de viento en cola de la pista 36 me di cuenta de lo enorme que era aquello. Me sorprendió no ver ningún avión aparcado en las rampas. Tenía aspecto de estar abandonado.

Los hangares parecían también cerrados. Esto me preocupó, pues debía de reparar y repostar el avión si quería volver. Cuando ya descendía hacia la pista pude ver claramente que el asfalto estaba muy agrietado y por entre algunas de las grietas salían hierbajos. ¡Qué digo hierbajos, aquello eran verdaderos matojos! "¡Pero qué coño es esto!" pensé mitad enfadado mitad sorprendido. ¿Cómo podía ser que un aeropuerto de esas dimensiones tuviera las pistas tan grandes y tan mal mantenidas? 

Ya tocaba con el tren en la pista cuando me di cuenta que además debía de evitar los innumerables baches. En cuanto pude, salí de la pista hacia las calles de rodadura. Cuando por fin detuve mi avión frente al primer hangar que vi, tuve la sensación de haber aterrizado en un aeropuerto fantasma. "la mosca, la mosca, ...lamoscagao Manolito", pensé. Ni un alma y aquello era enorme. Tenía casi las dimensiones de Barajas. Decidí entonces parar el motor derecho y hacer taxi rodando con el otro motor para darme una vuelta e intentar encontrar alguna oficina o personal del aeropuerto. En el peor de los casos si no encuentro esto abierto, pensé, llamo a Fort Worth y que vengan a recogerme.

En la rampa, frente a un viejo hangar, paré el motor que me quedaba. Puse pie en tierra y miré a mi alrededor. El silencio era casi total. Una ligera brisa mecía algunos carteles colgados en los hangares. Las pintadas, las instalaciones, los surtidores de gasolina y los edificios parecían de los años 30 o 40. Tenía aspecto de estar totalmente abandonado. Me pareció algo irreal. Sentí como si me hubiera transportado en el tiempo. Las rachas de viento movían los típicos rulos de las pelis del oeste. El viejo techado de uno de los hangares estaba roto y la parte suelta se movía también. Un pequeño escalofrío recorrió mi espalda. Me dio por pensar que parecía realmente como si estuviera en medio de una de esas pelis de Spielberg. Me vi solo, al lado de mi avioneta, en un aeropuerto fantasma. "¡Joder que cague!", pensé. Pero luego al volver a pensarlo me dije "no puede ser" ...y me dio la risa nerviosa.

VI
Un viejo tejano llamado John

Me encontraba sin duda en el profundo sur de los Estados Unidos. Allí el tiempo transcurre de otra manera. Se dice que el sur es más bien un estado de ánimo, un lugar tan real como sentimental. Pensé entonces que quizás no fueran las horas en las que el aeropuerto se encontraba abierto. Tenía todo un aeropuerto para mí y decidí explorar aquel sitio a pie. Crucé por varios edificios abandonados. Entré en varios hangares y vi multitud de material aeronáutico de preguerra. Era como un museo mal mantenido.

Después de un rato deambulando por las instalaciones me pareció ver una figura humana. Efectivamente era alguien sentado en una mecedora. Se encontraba el porche de uno de los edificios. Me acerqué a la carrera. Aquel individuo no alteraba su ritmo. Parecía mecerse con gran tranquilidad. Al llegar me encontré a un hombre mayor con sombrero de paja y ropa de faena. Estaba fumando en una especie de pipa rural con una larga boquilla. Su rostro curtido por el sol y sus facciones duras parecían indicar que se trataba de un hombre de campo. Quizás un granjero de la zona. Sus profundos ojos grises me miraban con fijeza tratando de entender el porqué de mi gran desasosiego. Tenía la garganta seca. Intenté aclarar mi voz y antes de que pudiera decir algo me espetó un "Howdy!". El famoso saludo tejano. Claro, pensé, estamos en el profundo Sur. 

—"jaudi" —Repliqué con acento español.
—¿Que te trae por aquí chaval? —Me dijo sin dejar de mecerse.
—Verá usted, me dirigía a Amarillo y me vi obligado a aterrizar por el mal tiempo. Pensé que este era un buen aeropuerto con servicios mínimos como para poder repostar al menos.
—Y los tiene, vaya que si los tiene —me respondió algo ofendido al expresar mis dudas sobre la calidad de los mismos—. ¿Dónde tienes tu avión chaval? —me dijo golpeando su pipa contra uno de los reposabrazos de la mecedora.
—Creo que lo he dejado por aquí mismo, pero ahora no lo veo. —contesté algo desconcertado.
—Jajaja —el anciano reía a mandíbula batiente—. ¿No me digas que has perdido tu avión?
—No, no señor, que va, no he perdido mi avión, lo que ocurre es que no conozco este aeropuerto —contesté sin realmente creer lo que decía. El anciano tenía razón. Había perdido mi avión y no sabía que decir.
—No te preocupes chaval, estas cosas pasan mucho en aeropuertos grandes —me dijo con tono paternalista— Por cierto, me llamo John y soy el encargado de este sitio. Ven conmigo a la oficina y tómate un café mientras encontramos tu avión y lo repostamos.
—Claro, muchas gracias —le contesté entre avergonzado y agradecido. 

Le seguí al interior del edificio. Una vez dentro el hombre me ofreció el aguachirri ese que los norteamericanos llaman café. El edificio era viejo y estaba lleno de cosa curiosas que llamaban mi atención. 

—¿De dónde eres chico?
—Me llamo Manuel y he venido de España para hacer algunas horas de vuelo.
—¿España?
—Sí, ya sabe. ...la del otro lado del Atlántico.
—¡Ah! ya. Ten, y siéntate un rato —me dijo ofreciéndome una taza. 
—Gracias —contesté mientras miraba alrededor— ¿Qué hace usted aquí?
—Soy "chico para todo" en este aeropuerto, se puede decir que llevo aquí toda una vida.
—¿Está usted solo?
—Sí, pero no tengo tiempo de aburrirme, hay muchas cosas que hacer, es un aeropuerto muy grande.
—¿Pero, que es este sitio? parece una antigua base militar abandonada o algo así.

El anciano entonces me contó la historia de aquel aeropuerto. Lo que parecía un aeropuerto fantasma en mitad de ninguna parte en realidad había sido una antigua base de la fuerza aérea, muy activa durante los años anteriores a la II Guerra Mundial. Las paredes de aquella oficina estaban repletas de cuadros y fotografías. Gente de uniforme. Reparé en algunas de las fotografías, estaba el General Hap H. Arnold, jefe del Ejército y Fuerzas Aéreas, el Almirante William D. Leahy jefe de personal y también había una foto de Franklin D. Roosevelt. "¡Caray, a blast from the past!" pensé. 


—Has tenido una mala experiencia allá arriba supongo —dijo el hombre, que parecía saber lo mal que se pasa en esas condiciones. 
—Supone usted bien —repliqué con resignación— 
¿Qué te ha ocurrido?
—Es un poco embarazoso de contar. Casi pierdo el control del avión.
—No te avergüences chaval, todos hemos tenido algún mal día.

Relaté mi peripecia mientras el hombre, sabedor de las terribles condiciones meteorológicas de la zona, prestaba toda su atención. Le conté que tenía una perforación en el ala derecha y me confortó saber que él podría repararla sin problemas. En tiempos había sido jefe de mantenimiento de la Base. ¿Base?

¿Qué clase de base aérea fue este sitio? —inquirí dando un pequeño sorbo a mi taza
—Bombardeo muchacho, aquí se formaban los bombarderos, yo mismo di clases técnicas a muchas tripulaciones aquí mismo hace muchos años.
—¿No me diga? —contesté con asombro. 

Coincidencias de la vida, había aterrizado en un sitio muy parecido a la escuela de armamento donde yo me formé en España. El hombre me contó cómo se entrenaban las tripulaciones y cosas interesantísimas sobre las técnicas de bombardeo. El secretismo de la famosa mira óptica Norden y los vuelos de entrenamiento. Me vio tan interesado que me invitó a ver las instalaciones. John me explicaba con cierto orgullo, como si de un guía de museo se tratara, todo lo relativo a la enseñanza del bombardeo de precisión. Tenían aparatos para realizar cálculos de lanzamiento. Una especie de simuladores analógicos muy bien construidos, que para la época debían de haber sido lo más avanzado del momento. Estos sistemas calculaban distancias, alturas, velocidades y tiempos para la suelta de bombas. Tenían una amplia panoplia de sistemas y muchas otras cosas donde los alumnos podían practicar las técnicas del bombardeo de precisión. Recordé entonces una película llamada Bombardier del año 43 que había visto hace tiempo, donde se explicaban estas cosas.




Al contarle que yo también era militar y que había estudiado esas mismas cosas, el hombre arqueó las cejas. No parecía tomarme en serio, pero llevaba en la cartera mi tarjeta de identidad militar y se la enseñé. En la foto le hice notar que en el roquisqui (las alas que llevamos los de aviación en el uniforme) tenía la bomba y el fusil cruzados. El emblema de especialidad en armamento en España.

—¿Compañero de armas entonces? —Preguntó con incredulidad.
—Eso parece. Vaya casualidad ¿no?
—¿De verdad eres bombardero?
—Bueno, en el título antiguo decía eso de "Armero artificiero, ametrallador bombardero, químico polvorista y con ciertos conocimientos de relojería", que quedaba muy pomposo, pero que ya no se utiliza desde los años 40.
—¡Vaya, que me aspen! —Exclamó con gran asombro.

El anciano y yo sonreímos con cierta complicidad. Empezamos a charlar de forma distendida. Pasé una tarde muy agradable con el anciano y aprendí muchas cosas de aquel sitio Yo también le conté muchas cosas de mi país y de los estudios que había cursado en la Escuela de Especialistas. Le conté que mi antigua escuela fue la base de donde partieron los Heinkel He 111 para el trágicamente famoso bombardeo de Guernica... No sabía mucho sobre eso ni sobre el cuadro de Picasso. Pero si le impresionó bastante saber que esos aviones pertenecían a la Legión Cóndor y que el año que yo ingresé todavía existían pintadas alemanas en las paredes. 

Llegamos a un edificio que parecía ser la torre de control. A través de una amplia cristalera pude ver lo que parecía mi Piper aparcada en lontananza. Tenía que ser ella. Era, el único avión del aeropuerto.

—Bien, ya sabes dónde está tu avión —Me dijo el anciano guiñando un ojo.
—Sí, claro, ahí la dejé, solo me había despistado —contesté conteniendo la risa.
—Lo primero que vamos a hacer es reparar tu pérdida en el tanque de combustible. Échame una mano y así terminaremos antes.

Nos pusimos manos a la obra mientras seguíamos conversando. En un momento dado, advertí que del techo del hangar colgaba un avión de época. Me sobresalté. 

—¿Qué te pasa chico?
—Nada, solo que ese avión...
—Ah si, es un modelo muy antiguo. Ya no vuela.

Era increíblemente similar al que había visto de pequeño en la ermita de Ávila. Se lo hice saber a John. La cosa derivó entonces en una charla más seria. El hombre me hablaba ahora sobre las cosas del destino y las casualidades de la vida. El anciano despertó mi curiosidad con extrañas historias sobre personas que vuelven a vivir en una época distinta y cosas por el estilo. Parecía tener unas férreas creencias sobre lo que decía. Reflexionando sobre ello me dijo lo que pensaba. 

—Has llegado hasta aquí porque de alguna manera debes estar destinado a hacer algo.
—¿Cómo?
— Si, piénsalo. Hay cientos de aeropuertos por aquí. De todos los posibles sitios ¿por qué este?

Yo no salía de mi asombro. Efectivamente era una gran coincidencia que yo fuera militar, de aviación, ...que mi especialidad fuera bombardeo y que un cambio meteorológico imprevisto me hubiera llevado hasta aquella escuela de bombardeo perdida en mitad de ninguna parte en el medio oeste de los Estados Unidos. Me daba la risa, aunque procuraba que no se me notara, porque el anciano seguía muy serio con sus historias.

—Esto ya casi está muchacho. Pásame aquel sellador de juntas.
—¿Cree usted que podré llegar a Fort Worth con esta reparación?
—Seguro que sí, pero debes meter el avión en mantenimiento para que lo revisen. 
—Eso será lo primero que haga cuando vuelva. No sé cómo agradecérselo.
—¿Sabes? —Me dijo mirándome fijamente —Ahora que lo pienso me recuerdas mucho a uno de los alumnos que estudió aquí. 
—¿Si?
—Si. William "Bill" T. J. Smith. Buen chaval. Era de tu estilo, muy educadito —dijo esbozando una sonrisa y físicamente se parecía mucho a ti. 
—¡Vaya! Una especie de sosias texano de los años 40. ¡Qué cosas!
—Sí, tú ríete, pero todavía lo recuerdo. Tenía tu mismo aspecto. Fue una pena —exclamó con pesar.
—¿Por qué? ¿qué fue de él?

A pesar de su avanzada edad, John disfrutaba de una excelente memoria, buscó entre sus recuerdos unos instantes y me contó la trágica historia del joven bombardero, Bill, y del amor de su vida, la hermosa Rose Mary. Yo era todo oídos. 

—Veras, Rose era una niña bien. Se enamoró locamente de Bill cuando este cursaba estudios aquí. Se trataba de un joven despierto y muy apasionado por todo lo relativo a los aviones y sus sistemas de armamento. Como digo, era buen chico. Católico creo recordar. 
—Vaya, como yo.
—Para que veas, otra coincidencia chaval. 
—Pues no crea, esto ya me está dando "yuyu" —contesté con media sonrisa—  ¿Qué ocurrió?
—Bill era un chico de fuertes convicciones. Se había alistado como muchos otros jóvenes para defender su país. Bill no gustaba a la familia de Rose Mary. No les parecía buen partido para su única hija.
—Claro. Es lo que tiene la milicia. Amor por la profesión, dedicación, riesgo y sueldo bajo.
—En efecto. Además, en la fase de entrenamiento chocó en todos los sentidos con uno de los instructores, un tal Murray. Un tipo malencarado que le hacía la vida imposible. Se cuenta que Murray también pretendía a Rose Mary, pero las atenciones de la dama siempre fueron para Bill. 
—¡Siempre hay un "Murray" en cada país! —exclamé acordándome de alguno de mis instructores.
—Este era un mal bicho. Un elemento de mucho cuidado y además un cobarde. Bebía para superar el miedo y se metía con todo aquel demostraba valor y pericia, como Bill. 
—Me imagino que le hizo la vida imposible ¿pudo terminar su formación?
—Sí, era un chico espabilado. A pesar de todas las trabas Bill se graduó con muy buenas notas. 
—¿Qué más pasó?
Toda la promoción fue enviada entonces a Europa. Antes de partir Bill prometió a Rose Mary que se casaría con ella cuando regresara.
Pero nunca lo hizo ¿verdad?
—En efecto, su avión fue derribado. Murray también iba como comandante en el mismo bombardero en aquella misión. Se dice que hubo un motín a bordo. Que Bill se negó a cumplir la orden de Murray de soltar las bombas. Toda la tripulación sobrevivió menos Bill.

El anciano paró su relato unos segundos, como si algo no le pareciera encajar. Arqueando las cejas y soltando un pequeño suspiro me dijo que aquel episodio fue muy triste porque la pareja era muy apreciada en aquel sitio. Incluso publicaron la noticia en un periódico local. 

—Bueno y... ¿cómo ocurrió?
—No tengo muchos más detalles. Pero hubo una investigación oficial sobre lo sucedido. Creo que existe una copia en los archivos.
—¿Podría leerla?
—Supongo que si, creo que no es material clasificado, ...después de tantos años. Tendría que buscarlo.
—¿Y el asqueroso de Murray?
—Volvió de Europa completamente alcoholizado. En medio de sus borracheras se lamentaba apesadumbrado de que había matado a Bill.  
—¿Y era cierto?
—Nadie lo sabe. Lo que si se sabe es que estuvo persiguiendo a Rose Mary durante un tiempo. Ella siempre lo rechazó.
—¡El muy baboso! ¿Y qué fue de Rose Mary? 
—Pues yo creo que todavía vive —dijo el hombre rascándose la cabeza Se cuenta que la familia acabó casándola a su pesar con un importante hombre de negocios de Fort Worth. Se dice que fue muy desgraciada en su matrimonio. Siempre estuvo enamorada de Billy.
¡Vaya! Pensé. De aquí salía una buena peli. 

VII
De vuelta a Fort Worth

La triste historia que me dejó con ganas de saber más, pero se hacía tarde. Volvimos a la oficina y nos tomamos otro café ...chirri. Mi avión ya estaba reparado, repostado y listo para volar. Pregunté al hombre cuanto le debía por la gasolina y por la reparación.

—Nada muchacho, he pasado un rato muy agradable contigo —contestó agradecido.
—No, por favor, déjeme al menos que le pague lo que haya cargado de combustible.
—Joven bombardero, no me debes nada. Creo que estás aquí por algo. Además, aquí la gasolina es barata.
—Pues muchas gracias —contesté sorprendido—, —quisiera pedirle algo antes de irme.
—Tú dirás.
—Necesito que alguien me firme el libro de vuelo para validar la toma en Childress, después de todo debo legalizar las horas de vuelo.
—Yo mismo puedo hacerlo, fui el oficial de servicio en tiempos —respondió tomando mi libro de vuelo para firmarlo.

Pensé que no iba a servirme de mucho, pero dejé que John firmara mi logbook. Levanté la mano para despedirme. Cuando entraba en la carlinga me estrechó la mano y me dijo que debía encontrar el motivo por el que yo había aterrizado en aquel lugar. 

—Ten, quédate con esto.
—¿Qué es?
—Un pequeño recuerdo. Es un libro sobre la historia de esta escuela de bombardeo.
—Pues muchas gracias. Quizás me ayude a entender tanta coincidencia —contesté agradecido.

Le dije que volvería a visitarle la próxima vez que pasara por allí y le di las gracias nuevamente. En poco tiempo me encontraba volando rumbo a mi base.

El vuelo fue tranquilo. Se hacía de noche cuando me encontraba en las cercanías de Bourland Field. La tenue luz crepuscular no permitía ver la pista a pesar de hacer buen tiempo. Utilicé el viejo truco de apretar varias veces el pulsador del micrófono para encender las luces. Un automatismo muy útil en los aeropuertos pequeños de los Estados Unidos. Ahí delante aparecían las luces de mi pista y aterrizaba sin problemas haciendo un suave contacto con los neumáticos en el asfalto. 

Al hacer la inspección post-vuelo y ver el reloj medidor de a bordo me di cuenta de que extrañamente apenas había contado un par de horas de vuelo, cuando en realidad había pasado mucho más tiempo en el aire. El asunto me enfadó mucho, ya que de lo que se trataba precisamente era de hacer horas de vuelo. Había perdido el tiempo y el dinero (el alquiler del avión era caro). Además, pensaba que no podría justificar nada con la firma de alguien que fue en su día un oficial de vuelo y un medidor de horas averiado. Era bastante tarde. Di el parte de desperfectos a mantenimiento y me fui a mi apartamento, pero la historia que me había contado John me dejó muy intrigado. 

Era tarde. Miré el maletín y como al día siguiente no tenía que volar, me decidí echar un vistazo al libro que el anciano me había regalado como recuerdo. Allí había un montón de fotos y datos interesantes. Me quedé un buen rato mirando las caras de los cadetes en las orlas de la promoción del 42. Di un respingo. Bill estaba en una de ellas. Ciertamente, sin llegar a ser idéntico, guardaba un parecido inquietante conmigo. Siempre se ha dicho que en alguna parte del mundo tenemos un sosias, pero aquello era demasiado. ¿Cuáles eran las probabilidades que esa persona se pareciera tanto a mí? No salía de mi asombro. Al pasar las hojas cayó al suelo un sobre amarillento con membrete oficial. Estaba abierto. Contenía una copia de la investigación oficial del incidente que ocurrió en aquella misión. El bueno de John lo había encontrado y lo había puesto ahí para mí. Leí con avidez aquellos papeles.

Pasé una noche toledana. Entre pesadillas vi un avión en llamas y a Bill que levantaba su mano para intentar decirme algo. Me desperté angustiado y sudoroso. No podía regresar a España sin más. La cosa era tan extraordinaria que empecé a tomarla en serio. Quizás debía hacer algo, pero ¿por dónde empezar? Al día siguiente me decidí a investigar. De alguna manera pensé que la clave estaba en hablar con Rose Mary, si es que todavía vivía.

Se me ocurrió visitar varios periódicos locales de Fort Worth. Después de ver un par de ellos, di con el Star Telegram. Este periódico era uno de los más antiguos de la localidad de Tarrant. Pregunté a varias personas y les conté la historia de mi sosias bombardero. Un joven redactor se interesó y me echó una mano con la búsqueda del trágico suceso. Consultamos la hemeroteca a base de microfichas hasta que dimos con la noticia. Allí había bastante información sobre lo sucedido. Gracias al artículo pudimos saber el apellido de Rose Mary. Con un nombre y un apellido de soltera, al joven redactor no le fue muy difícil dar con la dirección. La investigación estaba dando sus frutos. Ahora sabía más detalles, pero sentía que debía conocer a la protagonista. Me preguntaba si querría decirme algo más sobre aquel terrible suceso de hace tantos años. Prometí al joven redactor volver para darle los pormenores de mi entrevista si conseguía encontrarla. 

La dirección resultó ser un barrio cercano dentro del área metropolitana de Dallas-Fort Worth. Cuando llegué me encontré la casa estaba vacía. Se trataba de una de esas típicas casas sureñas con porche y parecía estar abandonada. Cuando ya me iba un vecino me preguntó si buscaba a la propietaria. Le dije que sí, que me gustaría hablar con ella. El hombre me informó que la propietaria ahora vivía en una residencia de ancianos muy conocida al otro lado de la ciudad. 

VIII
La historia detrás de la historia

Rose había perdido la capacidad de vivir sola y algún familiar decidió recluirla en una residencia. Encontré el sitio y después de preguntar en recepción una persona me acompañó al amplio jardín interior. Estaba repleto de flores de varios tipos. Margaritas, claveles y algún tulipán. Había un hermoso rosal apartado en una esquina al lado de una fuente blanca. Allí, junto al hermoso rosal, descubrí a una mujer mayor en silla de ruedas. Tenía la mirada perdida en el cielo. Me llamó la atención su aspecto aristocrático. Era muy delgada. A pesar de las arrugas conservaba unas facciones delicadas y frescura en sus ojos. Su aspecto dejaba claro que debía haber sido una auténtica belleza en su juventud. 

—Rose, te han venido a ver —dijo la enfermera poniéndole una mano en el hombro
—¿Cómo? —contestó algo desorientada
—Un joven que desea hablar contigo ¿te encuentras bien?
—Sí, sí. Solo estoy un poco cansada. 
—Buenas tardes señora —dije con delicadeza —Me llamo Manuel y he venido para hablar con usted sobre algo que me sucedió en el aeropuerto de Childress.
—¿Childress?
—Sí, la escuela de bombardeo.

La anciana me miró fijamente y dibujó una sonrisa como la que se dedica a alguien muy familiar.

—¿Sabes? Te pareces mucho a Billy.
—Eso me han dicho.
—¿Conoces a Billy?
—No, pero quisiera saber algo más sobre él. Quisiera saber qué ocurrió.

Le conté entonces mi vuelo accidentado en el que por casualidad acabé en la escuela de bombardeo. La anciana se emocionó con la historia. Parecía no prestar mucha atención a los detalles. Me interrumpió. 

—Si. Realmente te pareces mucho.
—Ya, pero ¿qué ocurrió realmente? ¿sabe usted algo más? Creo que he venido hasta aquí por algo, pero no sé por qué. 

Posiblemente Rose no se acordara de lo que había desayunado esa mañana, pero tenía muy buena memoria sobre aquellos días ya lejanos de su juventud. Me contó una bellísima historia de amor. Cosas muy entrañables sobre cómo ella y Bill se conocieron y cómo su familia se había negado en rotundo a que se casaran. Rose Mary se escapaba por las noches para poder encontrarse con su amado. De día no podían dejarse ver juntos. A veces coincidían en un café, pero en mesas separadas. Un día Bill le regaló a Rose Mary un manual de radiotelegrafía de los que tenían en la escuela. Bill enseñó a Rose Mary el código Morse. De esta forma podían comunicarse de forma discreta siempre que coincidieran en algún lugar público. Sentada en un café con sus padres, Rose Mary daba pequeños golpes con sus tacones o movía el bajo de su falda con discreción. En una mesa cercana Bill contestaba dando pequeños golpecitos con sus dedos en la bocamanga de su uniforme. La historia de las grandes dificultades para poder decirse cuanto se querían me cautivó.

Finalmente enseñé a Rose el informe de la investigación que contenía todo lujo de detalles sobre lo que allí ocurrió. Me dijo que se lo leyera. Entre lo que decía el informe y lo que Rose me iba contando fui capaz de recomponer la historia. Durante unos minutos me transporté mentalmente. Como si yo mismo hubiera estado allí. Dentro del avión, de forma incorpórea, asistiendo como testigo privilegiado. 

Bill participó en la guerra y fue derribado el día de su vigésimo tercer cumpleaños, cuando volaba su vigésimo quinta misión de bombardeo en el corazón de Alemania. Era su última misión y después regresaría para casarse con Rose. 

El segundo teniente William "Bill" T. J. Smith se encontraba en el compartimento de morro de su B-26 Marauder. La misión tenía prioridad y el joven oficial miraba a través de la óptica del visor de bombardeo sin llevar paracaídas puesto en ese momento. El vuelo era una misión de alto riesgo y todos los que participaban en ella lo sabían. El comandante Murray estaba a los mandos. La formación de bombarderos penetró en el corazón de Alemania, pero ese día debían volar a media cota. Los B-17 siempre bombardeaban desde una gran altura, pero la precisión era muy baja. El alto mando decidió entonces enviar a los B-26 y hacerlos volar más bajo para aumentar la precisión. Una altura menor también ofrecía más riesgos de ser derribados. Murray lo sabía. Un sudor frío recorrió su frente mientras notaba sus manos agarrotadas en los controles de vuelo.

Cuando ya estaban cerca del blanco fueron recibidos por un intenso fuego antiaéreo. Las explosiones resonaban muy cerca del aparato y este apenas podía mantener una actitud mínimamente estable como para efectuar el bombardeo del objetivo con cierta precisión. Los nervios de la tripulación estaban a flor de piel. 

Fueron impactados por metralla de una explosión cercana. El B-26 tenía la reputación de ser un avión duro bajo fuego enemigo, pero el comandante Murray estaba desesperado. Ya casi habían llegado al objetivo. Murray entró en pánico y ordenó lanzar las bombas inmediatamente para poder salir de aquel infierno. Solo pensaba en volver a casa. Bill había estudiado muy detenidamente el área de bombardeo. Sabía que si dejaba caer las bombas en ese momento podrían impactar en una escuela cercana. Se negó a tirarlas de esa manera. 

—¡Suelta las bombas!
—¡Todavía no!
—¿Quieres que nos maten muchacho? —preguntó angustiado el primer oficial desde el intercomunicador. 
—¡Mantenga el rumbo, ya casi estamos!

Se entabló entonces una fuerte discusión entre el comandante Murray y Bill, pero en ese tenso momento el avión recibió un impacto directo y perdió parte de un ala. 

— ¡Fuego! ¡Tenemos fuego a bordo! — gritó el navegante.

El líquido hidráulico y el combustible manaban a borbotones. Los controles dejaron de responder. Estremeciéndose con un sonido de metal retorcido, el bombardero alabeó lentamente para entrar en una barrena. Había que abandonar el avión. La portezuela estaba atascada pero la tripulación logró abrirla. Comenzaron a saltar y al volver la vista, lo último que vio Murray fue el rostro ensangrentado de Bill. Estaba vivo, pero se encontraba atrapado en la sección delantera. En su puesto de bombardero y sin posibilidad de ir a por su paracaídas. Murray pareció dudar unos segundos en la portezuela ...y saltó. 

Los restos mortales del joven Bill fueron enterrados en Alemania y después de la guerra se trasladaron al Cementerio Nacional de Holanda. Bill no tenía familia conocida y le enterraron con lo que en ese momento llevaba consigo. Una medalla de la virgen que Rose le había entregado antes de partir a Europa para hacerle saber que le esperaría. Rose le rogó que se la pusiera en cada vuelo y le dijo "Esa medalla debe regresar a mí". Esa era verdaderamente la última misión que debía cumplir el joven oficial.

La historia a partir de ese momento se diluye en los recuerdos de Rose. Sin embargo, gracias a mi investigación en el periódico, supe que Murray llevó una vida desordenada y plagada de altercados. Finalmente fue expulsado del ejército con deshonor. Murray sufrió estrés postraumático e innumerables episodios de paranoia. Decía ver al joven Bill cada noche. En 1954 se cumplían 10 años de aquella misión. Murray volvía a su casa conduciendo su coche. Estaba borracho, como de costumbre. No está claro si lo ocurrido fue un accidente o un suicidio para acabar con el sufrimiento de las mil muertes del cobarde. El vehículo rodaba a gran velocidad y se salió de la carretera. Murray se despeñó en una curva. Con el impacto el coche comenzó a arder y Murray quedó atrapado en su interior. Lo sacaron abrasado y retorciéndose de dolor, pero vivo. Nada pudieron hacer por él. Murió al día siguiente en el hospital.

Rose y yo terminamos de conversar. Ninguno de los dos sentíamos tristeza. Le enseñé a Rose el libro de la promoción de bombarderos del año 1942. Allí estaba Bill. Era el primero de la segunda página. Rose tenía una expresión apesadumbrada. Se acordó de la medalla que ella le entregó cuando se fue. Entonces saqué la que yo llevaba en mi bolsillo y se la enseñé. 

—Mira esto Rose —ya la tuteaba después de haber compartido tan íntimos recuerdos.
—¿Qué es?
—Es la medalla de la Virgen de Loreto —le expliqué— patrona de los aviadores en mi país.
—Es muy bonita ¿te ha protegido?
—Si, si lo ha hecho. Además, ha volado desde el otro lado del Atlántico conmigo. Quisiera que te la quedaras —le dije mientras se la dejaba en su mano.

Los ojos de Rose se humedecieron. Apretó la medalla contra su corazón y me dio un fuerte abrazo. Estuvimos así un buen rato. No recuerdo cuanto. De alguna manera alguien muy parecido a su amado Billy le había traído una medalla de la Virgen desde Europa. Al fondo se escuchaba una radio. Sonaba la canción It's Been a Long, Long Time y en ese momento caí en la cuenta que era 10 de diciembre... Todo parecía encajar. Rose falleció el día de Navidad. Dejó escrito que quería ser enterrada en Holanda. Yo no he vuelto a tener turbulencias en mis vuelos.

FIN


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Comentarios

  1. Joer, Manolo, me has emocionado.
    Esto si que da para peli.
    Magnífico relato y magnífica prosa.

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    1. Hola Daniel, muchas gracias. El,28 de enero saldrá el tercer y último cuento aeronáutico.
      Un abrazo y que pases unas buenas navidades a pesar de la situación.
      Manolo

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  2. Excelente relato para hoy día de la Virgen de Loreto.
    Gracias.
    Feliz Navidad

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    1. Muchas gracias a tí querido lector.
      Un cordial saludo y Feliz Navidad.
      Manolo

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  3. se non è vero, è ben trovato... daría para una versión amable de The Twilight Zone.
    Buen relato y feliz día de la Patrona.

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    1. Muchas gracias querido amigo. Feliz día y felices fiestas.
      Un fuerte abrazo
      Manolo

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  4. Un relato genial y cautivador. Y al final, cuando aún tienes los sentimientos de lo leído escuchar la música le da el toque final a una hermosa historia digna de una película de esa época. Un saludo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario querido lector. El dia 28 pondre el utimo cuento de la trilogia de estas Navidades. Espero que tambien lo disfrutes :)

      Un abrayo y feliz año
      Manolo

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