Caídas sin paracaídas

El 26 de enero de 1972, el vuelo 367 de Yugoslav Airlines sufrió un atentado terrorista. Una bomba explotó cuando la aeronave volaba sobre Checoslovaquia. Como resultado de la explosión y el enorme boquete abierto en el fuselaje, la azafata serbia Vesna Vulović cayó sin paracaídas al vacío desde una altura de 10.160 metros. En su caída alcanzó la conocida velocidad terminal (velocidad máxima de un objeto), tuvo la suerte de caer sobre una colina cubierta de árboles y nieve. El golpe fue muy grande, pero sobrevivió. Estuvo 27 días en coma, en la caída se fracturó el cráneo y varias vértebras. También se rompió ambas piernas la pelvis. Estuvo muchos meses en el hospital, pero volvió a caminar (con cierta cojera) y con el tiempo también volvió a trabajar en Yugoslav Airlines, en un puesto administrativo.
Hay gente pa'tó como dijera el famoso torero. Un informático de 57 años,
cansado de su vida rutinaria se decidió a dar un salto sin paracaídas por
placer. Fue el estadounidense Luke Aikins, que, en su afán por ser el primero
en algo, se convirtió en la primera persona en saltar desde una altura de 7.620
metros sin paracaídas y aterrizar sano y salvo en una red de seguridad. Aikins
ya era un experimentado paracaidista con más de 18.000 saltos a sus espaldas.
Para su intento se instaló una red de protección de 30 x 30 metros extendida en
Simi Valley, en el sur de California. Su caída libre duro unos dos minutos y
fue trasmitida en vivo por el canal Fox de televisión. El intrépido
paracaidista alcanzó una velocidad terminal de 193 km/h. El entrenamiento de
Luke Aikins fue de dos años. En el último momento estuvo a punto de cancelar la
proeza porque le habían ordenado a llevar un paracaídas en caso de emergencia.
Él se negó, en rotundo. En su caída inicial fue acompañado por otros tres paracaidistas
más. Uno filmaba el salto, otro sostenía una antorcha de humo para que el
público pudiera seguir el descenso y otro que le retiró un tanque de oxígeno
cuando llegaron a una altura en que ya no lo necesitaba. Poco después, los tres
abrieron sus paracaídas y dejaron que Aikins cayera solo en picado.
Otro caso más antiguo es el del sargenteo Nicholas Stephen Alkemade de la
RAF durante la Segunda Guerra Mundial. Alkemade se encontraba en una misión
volando como artillero de cola en un Avro Lancaster sobre la región del Ruhr.
Unh caza alemán alcanzó al bombardero británico. Cuando el avión descendió en llamas
sin control Alkemade vio cómo su paracaídas ardía sin remisión. El joven
sargento se dejó caer al vacío, quizás buscando una muerte menos dolorosa, pero
sobrevivió. La caída fue desde 6.000 metros. Durante el descenso se desvaneció.
Tras chocar con varios árboles que amortiguaron su caída aterrizó sobre 46
centímetros de nieve. Al recuperar el conocimiento descubrió que sólo se había
torcido el tobillo. Lo capturaron los alemanes qyue al principio no se creyeron
la historia pensando que sufría algún shock. Poco a poco, los alemanes fueron
comprobando como toda su narración se sostenía. Por ello le liberaron y
entregaron, entre las páginas de una Biblia, un certificado de veracidad de su
historia, pues sabían que de lo contrario nadie le creería.
Durante la IIGM ocurrieron un par de casos más. El norteamericano Alan
Magee sobrevivió a una caída de 6.700 metros cuando se estropeó su paracaídas
la saltar de su B–17. Cayó sobre el techo acristalado de la estación de tren de
Saint–Nazaire y sobrevivió. El ruso Ivan Chisov, saltó después de que su
Ilyushin Il-4 fuera derribado por la Luftwaffe. El salto se produjo a unos
7.000 metros de altura, y también sobrevivió al caer sobre un barranco nevado.
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