Mensaje para un halcón
Cuento aeronáutico de Todos los Santos dedicado con cariño a Olga
Miguel levantó los ojos y miró la bóveda celeste buscando la constelación de la Osa menor. Identificó la estrella polar y se dijo "al norte, debo ir al norte o no podrán encontrarme cuando caiga al mar".
Los Halcones de Gando en los 80
Los Mirage F-1 EE, denominados C.14 en terminología del Ejército del Aire, llegaron a las islas en 1982 para integrarse en el escuadrón 462. El reactor francés era un avión de grandes prestaciones. Un caza muy rápido. Capaz de volar a Mach 2.2 y con una trepada inicial vertiginosa gracias a su poderoso motor ATAR 09K50.
Este avión venía a sustituir a los más modestos F-5, que habían hecho un gran papel en la defensa del archipiélago hasta la fecha. El Mirage EE era superior al modelo de Albacete. La versión canaria, además del tratamiento anticorrosión, contaban con una nueva plataforma de navegación inercial, un equipo digital actualizado del radar Cyrano IV y percha de reabastecimiento en vuelo fija, entre otras mejoras. El indicativo de los cazas era "Halcón" en referencia a los halcones peregrinos que son famosos en las islas.
La defensa del territorio contaba con los escuadrones de vigilancia aérea (EVA) que forman una red interconectada de radares. Estos son los ojos de la defensa aérea en nuestro país. El EVA 21 es el radar ubicado en Vega de San Mateo (Gran Canaria), con indicativo “Nieves”. Estos sistemas de vigilancia son modernos radares tridimensionales del tipo LANZA (fabricado por la española Indra) y RAT-31 (fabricado por Alenia), están ubicados por norma general en los puntos más altos de la Península Ibérica y las Islas.
El Grupo de Alerta y Control, situado en la Base Aérea de Gando, en Gran Canaria, es el responsable de la defensa aérea de las islas. En la jerga militar es conocido como “Papayo”. Este sistema de control gestiona la información recibida por los EVA's y en caso necesario alerta a los halcones que son el músculo del sistema.
Para una reacción rápida ante cualquier amenaza, las bases aéreas españolas cuentan con los conocidos como barracones de alarma. Los aviones permanecen guarecidos en este tipo de hangar “bunkerizado” y listos para despegar en un tiempo máximo de 15 minutos (la realidad es que en los ejercicios que se realizan constantemente, el tiempo de reacción es mucho menor). Los pilotos, se encuentran vestidos con mono de vuelo y están preparados para subirse a la cabina en cuanto suene la alarma. Los aviones están armados en configuración de interceptación y solían llevar montado un tanque de combustible externo en el pilón central para aumentar su autonomía.
Gando agosto de 1988: Scramble nocturno
Miguel había hecho el curso de caza y ataque en Talavera después de salir de la Academia General y ya llevaba varios años destinado en Gando. Dominaba bien las técnicas de vuelo del Mirage F-1 y su pericia era bien conocida en la unidad. Aquel día no renunció a cumplir con el servicio a pesar de que se encontraba especialmente apesadumbrado. Era el tercer aniversario de la desaparición de su único hijo, Antonio "Toni" de cinco años, al que amaba profundamente y que desapareció inexplicablemente durante unas vacaciones en el sur de la isla.
Su mujer, Isabel, estaba destrozada. No levantaba cabeza desde aquel fatídico día. Aunque el cadáver no había aparecido y la Guardia Civil seguía con interés la búsqueda, los padres sabían que lo más probable es que no volvieran a ver con vida a su pequeño. La versión más plausible es que se hubiera despeñado en un acantilado cercano mientas jugaba de forma inconsciente. Lo que nadie se explicaba es la razón por la que el mar no había devuelto el cuerpo.
Aquel día, después de las comprobaciones de rutina en el avión, Miguel se dejó caer pesadamente en el catre del barracón. Pasó así casi todo el día. Probó la comida y algo de la cena más en un acto de disciplina por si tenía que despegar que por necesidad fisiológica. La televisión estaba encendida y se escuchaba el telediario de las nueve. Era tarde. Miguel salió al exterior del barracón a echar un pitillo. Hacía calor y se quedó un rato mirando al mar. Al ver el reflejo de la luna en el mar le vino a la cabeza la famosa canción del pirata. "La luna en el mar riela..."
En la cabecera de pista se escuchaba tomar tierra de vez en cuando algún avión. Seguramente un 757 de Cóndor o alguna otra empresa chárter, cargado de turistas. Tal vez un vuelo regular de Madrid. A Miguel no le importaba. Había anochecido y la humedad invitaba a estar en el interior, donde el aire acondicionado hacía más llevadero el servicio.
De pronto sonó la alarma. Miguel corrió a ponerse el traje anti-g que le protegería de las aceleraciones en caso de tener que entablar combate cercano. El enorme teléfono negro de baquelita en el barracón sonó sin descanso hasta que uno de los mecánicos lo cogió.
—¡Barracón de alarma, sargento Ramírez!
—¡Scramble. Scramble! Papayo nos ha informado. No es un ejercicio, repito no es un ejercicio.
—Entendido, el avión de 15 sale ahora.
—¿Todo listo Ramírez? —preguntó Miguel atareado mientras se terminaba de subir las cremalleras de su traje anti-g.
—Todo en orden mi capitán. —contestó el mecánico—, Papayo informa que no es un ejercicio programado.
—Vale, te doy la señal de arranque cuando tenga todo preparado.
El mecánico contestó levantando un pulgar y subió la escalerilla detrás de su capitán para ayudarle con los atalajes. En ese momento, el otro mecánico empujaba el extintor hacia la parte trasera del motor y los armeros se afanaban en quitar las caperuzas de los misiles Sidewinder de las puntas de las alas. Todas las pinzas de seguridad estaban guardadas en una bolsa y Miguel hizo la señal de arranque de motor.
Al conectar las baterías de la aeronave, las agujas de los instrumentos de la cabina analógica del Mirage parecieron cobrar vida. El horizonte artificial dejó de estar ladeado para posicionarse correctamente y los niveles de los fluidos eran correctos. El sonido característico del microturbo informó al personal de tierra que la turbina empezaría a girar en pocos segundos. El ATAR aceleró hasta alcanzar el régimen deseado. Miguel cerró la cúpula y soltó los frenos mientras aplicaba empuje en el motor. La tobera se abrió con estruendo y el F-1 comenzó a rodar por sus propios medios hacia la cabecera de pista mientras que los flaps bajaban para adoptar la posición de despegue.
Tráfico civil estaba advertido. Tenía un 737 en final, pero sin dudar, el controlador dio paso al halcón para posicionarse en cabecera para el despegue. Los controladores sabían perfectamente que estos cazas podían estar a 1500 pies de altura en menos de 30 segundos después de la suelta de frenos. Los 737 en aproximación todavía tardarían mucho más en llegar al localizador.
Con los frenos pisados, Miguel avanzó la palanca de gases hasta el máximo empuje en militar. Cuando llegó al tope, tiró hacia arriba de la palanca para saltar la leva de seguridad que permitía seguir avanzando el mando hasta el régimen de postcombustión. El estruendo se hizo mayor. Las vibraciones resonaban en el barracón de alarma donde el personal preparaba ya el otro aparato. Mientras tanto, control llamaba al otro piloto que estaba de imaginaria en su domicilio.
La suelta de frenos empujó a Miguel contra el asiento y el Mirage aceleró rápidamente por la pista. En un instante alcanzó la velocidad de despegue. Miguel hizo un pequeño movimiento hacia atrás con la palanca y el caza se fue al aire. Inmediatamente Miguel retrajo el tren y siguió acelerando. Desde tierra se podía observar el hermoso espectáculo de un despegue nocturno. La pluma de fuego con diamantes que sale del motor a toda potencia es algo digno de ver y escuchar.
Cuando por fin limpió el avión, Miguel pasó con Papayo inmediatamente. Papayo informó a Miguel que su blanco estaba acercándose a la isla, que subiera a 10.000 ft, virara a rumbo 180 y acelerara a máxima velocidad. Miguel mantuvo máximo postquemador mientras viraba y ascendía. La IAS máxima estructural era 710 kts, pero el bidón central convertía al caza en subsónico, por lo que decidió acelerar hasta el máximo posible, unos 600 kts, dejando un margen de seguridad de 110 kts. El avión, aunque tenía el tanque externo, aceleró de forma fulgurante.
Miguel alcanzó los 600 kts antes de acabar el viraje y todavía con el postquemador al máximo, puso el morro al cielo en un ángulo muy pronunciado. Casi vertical. Mientras subía como alma que lleva el diablo, Miguel contactó por radio.
HALCÓN: Papayo, Halcón 51 en el aire.
PAPAYO: Halcón 51, Papayo. Ascienda rápidamente a nivel de vuelo 300 y continúe rumbo sur.
HALCÓN: Papayo, Halcón 51 Repita por favor.
PAPAYO: Halcón 51, Papayo. Siga rumbo sur 180. Suba a nivel de vuelo 300, corrijo 330 y mantenga máxima velocidad. Estimamos interceptación en 10 minutos.
HALCÓN: Papayo, Halcón 51. Recibido. ¿Qué tenemos?
PAPAYO: Halcón 51, Papayo. Hay un objetivo que se acerca a gran velocidad hacia Gando. No parece un avión civil. Su velocidad es muy alta y hace maniobras muy abruptas. No tenemos constancia de ningún vuelo en esa zona. Probablemente hostil.
Miguel aceleró todo lo que pudo y mantuvo el postquemador. Al poco tiempo se dio cuenta que su tanque externo estaba vacío. Seleccionó la palanca de lanzamiento y los cartuchos pirotécnicos expulsaron el tanque vacío de combustible. Ahora estaba limpio y el avión podía acelerar sin problemas. Sobre el mar se escuchó el estruendo del boom cuando el avión pasó a régimen supersónico.
Frankfurt del Main agosto de 2000: en una konditorei vienesa
—Luis
—¿Miguel, eres tú? —dijo Luis con una amplia sonrisa, girándose para encarar al recién llegado mientras dejaba su café en la barra—. No sabes como me alegro de verte.
—Hola Luis, yo también me alegro mucho de volver a verte.
Ambos compañeros de promoción se fundieron en un fuerte abrazo con palmaditas incluidas, y se miraron unos segundos todavía manteniendo sus brazos el uno sobre el otro. Los agasajos siguieron durante unos segundos delante de la mirada indiferente del dueño del local.
—¡Chico, pero si no has cambiado nada! —dijo Luis con emoción contenida— Cuanto hace que no nos veíamos, ¿12 años?
—14 creo.
—14 Claro. No he sabido nada de ti desde que dejé el ejército en el 86. En realidad, no he sabido nada de nadie.
—Lo sé, en parte por eso te he llamado. Te fuiste al extranjero a pilotar esos Jumbo 747 de Lufthansa y desde entonces no te hemos visto el pelo en las celebraciones de la promoción ni en las patronas.
—Sí, tienes razón. Soy un mal compañero. —dijo Luis con cierta pesadumbre —Suena a disculpa, pero la realidad es que he estado muy ocupado desde que estoy en la jefatura.
—¿Qué haces en la compañía?
—Llevo el área de entrenamiento de pilotos y me he desligado mucho de todo. ¿Pero dime, que haces tú en Frankfurt?
—He venido para hablar contigo porque necesito pedirte algo importante.
—Claro que si compañero. ¿Te has decidido y quieres venirte con nosotros? —dijo Luis sonriendo— Te puedo ofrecer un puesto aquí.
—Te lo agradezco Luis, pero es otra cosa. Ahora te cuento.
—A ver, ¿Qué quieres tomar?
—Un café con leche, muchas gracias.
—Einen Milchkaffee, bitte —dijo Luis en un perfecto alemán— Te advierto que estarías de miedo aquí, buen sueldo y bien considerado, aunque supongo que a estas alturas ya serás Coronel, ¿No?
—Todavía no.
—Pues no lo dudes. Aquí tendrías sueldo de Ministro.
Ambos rieron. Luis no sabía nada de aquel Scramble nocturno de su compañero ni de muchas de las cosas que habían pasado después. Luis había dejado la vida castrense bastante antes. Era todo un personaje. Un hombre simpático, de complexión fuerte y gran estatura. Había accedido a la milicia por expreso deseo de su padre, también militar, pero él nunca tuvo la intención de hacer carrera dentro de la institución. Además, su gran volumen siempre le había dado problemas a la hora de embutirse en las angostas carlingas de los cazas.
Luis siempre había dicho que en caso de emergencia él nunca saltaría con su silla eyectable. Por su constitución física y su altura sabía perfectamente que eso podría significar perder las dos piernas. Las jarreteras de la silla, una especie de ligas para las pantorrillas, activadas por el mecanismo de disparo de la propia silla, seguramente no le habrían aproximado al asiento lo suficiente y el arco de la carlinga habría seccionado las extremidades desde la rodilla caso de haberlo intentado. Por ese motivo Luis pasó a pilotar los polimotores Hercules C-130 de transporte, donde las cabinas de vuelo eran más amplias y no tenía que hacer contorsionismo al entrar. Se sentaron en una mesa junto a la ventana de la preciosa konditorei de estilo vienés que Luis solía frecuentar al salir del trabajo.
—¿Y cómo está tu mujer?, Isabel creo recordar que se llamaba ¿No?
—Pues verás, hace tiempo que ya no estamos juntos —contestó Miguel con tristeza.
—¡Vaya! Lo siento. —dijo Luis con profundo pesar— No sabía nada.
—No te preocupes, sé que has estado desligado de todo. Desde que perdimos a Toni no volvió a ser la misma. Las cosas no fueron fáciles para ninguno de los dos después de aquello.
—Lo entiendo perfectamente, recuerdo el triste suceso. —dijo Luis apesadumbrado— Pero dime, ¿qué te ha traído hasta aquí? —inquirió Luis intentando cambiar de tono.
Miguel miró agradecido al bueno de Luis y le dedico una amplia sonrisa antes de empezar a hablar. Le contó con todo lujo de detalles aquel suceso del scramble que Luis no conocía.
Agosto de 1988: en una pequeña carlinga supersónica sobre el Atlántico
El Mirage F-1 ascendía raudo cual centella en pos del objetivo. El fuselaje ya había adquirido la temperatura idónea para alcanzar la máxima velocidad y el caza surcaba los cielos a dos veces la velocidad del sonido. Miguel miraba en el radar tratando de localizar la señal que había marcado Papayo, pero no lograba ver nada. Solo podía detectar multitud de ecos incongruentes. Miguel pensó que se trataba de los típicos problemas que había venido sufriendo el radar Cyrano IV desde hacía tiempo con los rebotes de las ondas electromagnéticas en las olas del mar. Un equipo técnico francés de la casa Thomsom se había desplazado a las islas y llevaba meses intentando solventar estos problemas.
HALCÓN: Papayo, Halcón 51 en rumbo de interceptación, no logro ver nada en mi radar.
PAPAYO: Halcón 51, Papayo. Está muy cerca. Lo tiene a unas 40 millas a sus 2 en punto. Ascienda a nivel de vuelo 450 y continúe rumbo 200.
HALCÓN: Papayo, Halcón 51 copi. Paso a militar para ahorrar combustible.
PAPAYO: Halcón 51, Papayo. Continúe rumbo 210.
El caza se aproximaba a la zona para hacer la identificación del objetivo, pero Miguel seguía sin ver nada en su radar. De vez en cuando sacaba la cabeza del visor de caucho y miraba fuera tratando de encontrar alguna señal como el calor de las toberas de un avión a reacción o alguna luz que pudiera darle una pista de la situación del objetivo. La visión exterior era realmente buena y se podía distinguir el horizonte gracias a la luz reflejada por la luna llena. De repente le pareció ver una luz brillante por su lado de estribor. Si, ahí estaba su objetivo.
HALCÓN: Papayo, Halcón 51. Lo tengo. Me aproximo por la derecha.
PAPAYO: Halcón 51, Papayo. entendido. Los tenemos en pantalla.
Miguel puso proa a la pequeña luz que se movía rápidamente de izquierda a derecha en dirección a las islas. El radar del caza seguía sin detectar nada. Era algo muy extraño, porque Papayo si lo podía ver. Hizo unos cálculos a ojo para intentar saber el tamaño del aparato y la altura de vuelo. Entonces volvió a llamar a Papayo, pero esta vez no hubo respuesta. Repitió la información un par de veces más, pero pronto se dio cuenta de que las comunicaciones estaban rotas y ahora estaba solo. Parecía que no solo tenía problemas con el radar.
Debía intentar aproximarse lo máximo posible para identificar el objeto. El caza tardó unos pocos segundos en aproximarse. En ese momento Miguel se dio cuenta de que lo que estaba interceptando no era un avión. Se trataba de un extraño objeto muy luminoso con apariencia de óvalo.
No daba crédito a lo que estaba viendo. Trató de informar una vez más de lo que estaba ocurriendo, pero no hubo contacto por radio. El objeto se movía muy rápido y parecía alejarse del caza.
En un momento dado el extraño objeto emitió una serie de luces y efectuó una maniobra imposible girando sobre sí mismo para volver a voltearse cambiando la dirección de vuelo en sentido opuesto.
Una maniobra que sin duda hubiera matado a cualquier ser humano porque estaba fuera de lo físicamente soportable. El objeto se alejaba ahora del archipiélago a gran velocidad. Miguel decidió aproximarse todo cuanto pudiera y aplicó el postquemador, aunque ya andaba corto de combustible.
El caza llegó a la altura del objeto que ahora parecía una especie de cilindro. Emitía destellos de varios colores y no se podía distinguir ninguna planta motriz. Miguel había oído historias parecidas que se habían filtrado de los informes clasificados de defensa, pero ahora estaba siendo testigo privilegiado de un evento singular. Por un momento pensó "a ver como explico yo esto sin que me tomen por un chalado".
Sacó un lápiz e intentó tomar nota en su piernógrafo de la geometría del aparato y de los colores de luz que emitía. El Mirage se aproximaba por la parte trasera. El objeto era enorme. Del tamaño de varios Boeing 747. Miguel lo perseguía casi hipnotizado cuando de repente escuchó en su cabeza "Papá. No nos sigas".
Miguel se estremeció en su asiento. Quedó desconcertado. ¿Eran imaginaciones suyas o había escuchado la voz de su hijo desaparecido? La radio seguía sin funcionar, la vocecilla infantil no venía del sistema de audio del avión. Intentó contactar con el objeto por las frecuencias usuales de radio en VHF y UHF, pero solo hubo silencio.
El combustible se iba consumiendo. Entonces, Miguel se decidió a seleccionar el misil izquierdo para intentar blocar el objetivo. No tenía permiso para hacer un disparo, solo quería saber si aquello que seguía sin poder ver en su pantalla de radar emitía radiación infrarroja. El misil le devolvió el característico sonido de haber enganchado un blanco y de forma casi instintiva, Miguel desplegó el gatillo que tenía integrado en la palanca de mando. Entonces volvió a escuchar la voz de su hijo.
—No papá, no lo hagas
—Toni hijo, ¿Eres tú? —contestó sin utilizar la radio.
Pero no hubo respuesta. Miguel se encontraba aturdido. ¿Estaba perdiendo la cabeza? A pesar de sus dudas sobre lo que estaba experimentando, Miguel fue capaz de darse cuenta que ya había sobrepasado el PNR (punto de no retorno) debía volver inmediatamente o no tendría combustible suficiente para aterrizar.
El Atlántico no era un sitio como para jugársela. En ese momento el extraño objeto aceleró de forma repentina y ascendió hasta perderse de vista en pocos segundos. Miguel estaba solo de nuevo. Ladeó la palanca y viró rápidamente para intentar poner rumbo a Gando. En ese momento se dio cuenta que su sistema inercial no funcionaba. Instintivamente miró la brújula de emergencia y vio con desesperación que bailaba de un lado a otro sin mostrar un rumbo estable. La luna había cambiado de posición. Miguel se encontraba aturdido y desorientado.
El combustible seguía quemándose. Miguel no sabía si el nuevo rumbo lo estaba acercando o alejando del archipiélago. De lo que si se dio cuenta es de que seguramente ya no podría llegar a Gando. Por unos instantes, la desesperación hizo presa en él. Un sudor frío recorrió su frente. Quedaban ya muy pocos kilos de combustible en el caza. Entonces, Miguel levantó los ojos y miró la bóveda celeste buscando la constelación de la Osa menor. Identificó la estrella polar y se dijo "al norte, debo ir al norte o no podrán encontrarme cuando caiga al mar".
Así lo hizo. Estuvo volando un tiempo con un ojo puesto en los instrumentos de vuelo y otro fuera para ver si distinguía alguna luz costera. Con el rabillo del ojo iba viendo como los kilos de JP-4 se iban consumiendo sin remisión. Miguel se preparó mentalmente para lo que iba a suceder.
Los pilotos de caza son de una clase especial. Asumió interiormente que no llegaría a Tierra, pero empezó a recordar la formación recibida para estos casos. Mentalmente intentó hacerse una idea de lo lejos que estaba de las islas y lo que podría tardar el SAR (servicio aéreo de rescate) en salir a buscarle.
Las circunstancias no eran buenas. A pesar de que llevaba su equipo de supervivencia sabía perfectamente que no lograría sobrevivir mucho tiempo en las gélidas aguas del Atlántico. Eyectarse no era la mejor opción para Miguel. Intentar un amerizaje era ciertamente una maniobra muy arriesgada que seguramente acabaría en un accidente que quizás lo mataría. Estaba en manos de la divina providencia.
Miguel intentó volar su avión de la forma que consumiera menos combustible, pero de repente el rugido del ATAR 09K50 se apagó y dejó de empujar al caza. En ese momento planeaba de noche en completo silencio y su cabina solo estaba alimentada por las baterías. Miguel intentaba mantener la velocidad que le diera el mejor ángulo de ataque para el planeo de larga distancia. Estaba cambiando altura por velocidad.
Una gran sensación de soledad se apoderó de Miguel. Resignado a su suerte, se preparó para el descenso final. Cuando ya se encontraba a unos 5000 pies de altura tiro de la manija que abría la cúpula y esta salió despedida de repente dejando el cockpit completamente abierto. Miguel comprobó que los atalajes estaban bien apretados y planeó con el avión para posicionarlo de la mejor manera con respecto al oleaje reduciendo al mismo tiempo la velocidad todo lo que pudo para entrar en contacto con el agua de la mejor forma posible.
Frankfurt del Main agosto de 2000
—Miguel, pero que me cuentas. No tenía ni idea... —dijo Luis asombrado— pudiste haberte matado.
—Cuando me encontraron estaba casi congelado. La hipotermia me había paralizado casi por completo. Pude ver la potente luz del helicóptero del SAR antes de perder el conocimiento.
—¿Y luego?
—No recuerdo nada más. Desperté en el hospital dos días después.
—Pero no salió nada en la prensa.
—No se le dio mucha publicidad. Se decidió contar algo muy distinto.
—Nadie te creyó, claro.
—Así es. La versión oficial fue que me precipité al mar por culpa de una gaviota. ¿Te lo puedes creer?
—Parada de motor por ingestión de un pájaro. Mmm... suena plausible.
—¿Pero tú me crees Luis?
—Creo que tú crees lo que me estás contado.
—¿Viste a los psicólogos y demás personal de sanidad?
—Si. Pasé por todo el proceso.
—¿Y?
—Fui honesto. Conté lo que vi... me dieron de baja en vuelo. Pasaron los años y ahora estoy aquí para pedirte un favor.
—Dime de que se trata. Haré lo que este en mi mano.
—Quisiera que fueras a Barcelona a ver a Isabel y que le cuentes toda esta historia. Pero explícale que nuestro hijo está vivo. Que yo le escuché.
—No sé Miguel —Luis trató de razonar— Creo que no podría decir eso. Piénsalo, estabas aturdido y confuso en una misión de interceptación. Viste algo que no supiste identificar... ¿Por qué no vas a verla y se lo explicas?
—No puedo Luis. No quiere saber nada de mí, pero creo que a ti te escucharía...
Continuaron hablando un buen rato. En el transcurso de la conversación Luis pudo comprobar que, a pesar de lo extraordinario de la historia, Miguel parecía estar en sus cabales. Finalmente, el bueno de Luis no pudo negarse y con ciertos reparos accedió a ver a Isabel en Madrid. Se intercambiaron los teléfonos y se despidieron de la misma forma efusiva que se habían encontrado.
Esa noche en su casa Luis pensó que no sabría por dónde empezar. Todo era de locos. Pasó mucho tiempo pensando. ¿Debería de hablar del encuentro con el OVNI o quizás solo debería contar que Miguel sufrió un accidente del que salió ileso? ¿Debería de obviar la comunicación telepática con su hijo? Pensó que quizás eso fuera lo mejor y acabó durmiéndose de madrugada.
Madrid finales de agosto de 2000
Isabel vivía sola en un chalé de una urbanización cercana del norte de Madrid. Luis había llamado por teléfono hacía unos días. Ahora se encontraba delante de la puerta de su domicilio y dudó unos instantes antes de pulsar el timbre. Una mujer de mediana edad con rostro sereno y elegantemente vestida, abrió la puerta y le dedicó una amplia sonrisa.
—Hola Isabel, gracias por recibirme.
—Hola Luis, cuanto tiempo. Pasa.
—Gracias.
Pasaron al interior y se sentaron en una salita.
—Qué es eso tan importante que te ha traído hasta aquí, tu que no sales de Alemania.
—Verás, la verdad es que no se bien por dónde empezar.
—Ahora me cuentas. ¿Quieres tomar algo? Puedo preparar café.
—No Isabel. Muchas gracias, la verdad es que acabo de pegarme un lingotazo en el bar de la esquina.
—Pero tú no bebías ¿No?
—Cierto, pero me he tenido que tomar un coñac para intentar contarte el motivo de mi visita.
—¡Vaya, no me asustes! Debe de ser algo importante para haberte separado de tu trabajo en Frankfurt.
—Lo es. —Luis quedó en silencio unos segundos mientras Isabel lo miraba fijamente— He visto a Miguel en Frankfurt —espetó sin ningún miramiento.
La cara de Isabel cambió de expresión. Su rostro se desencajó y se quedó mirando a Luis atónita. Casi no lograba articular palabra.
—¿Cómo que has visto a Miguel? —Dijo con voz temblorosa.
—Sí, vino a verme y estuvimos hablando un buen rato.
—¿Cómo dices?
—Si. Me pidió que viniera a contarte lo que le ocurrió el día de su Scramble.
Isabel estaba petrificada, pero Luis comenzó a hablar. Le relató cómo se habían encontrado y los pormenores de la historia. A pesar de que no le creyera, Luis no omitió nada. Entonces se hizo el silencio, pues Isabel lloraba desconsolada.
—Luis eso no es posible. —dijo Isabel entre sollozos— Yo estaba esa noche en Gando.
—¿Como?
—Me llamó el coronel porque habían encontrado el avión de Miguel a más de 60 millas mar adentro.
—Pero...
—La silla no estaba Luis. Miguel debió de eyectarse. Jamás encontraron su cuerpo.
—No es posible.
—¿No lo entiendes? ¡Miguel está muerto! ¡Está muerto como mi hijo Toni! —los nervios hicieron presa de Isabel y Luis intentó confortarla.
—Pero eso no tiene sentido... No te miento. Yo acabo de verlo con mis propios ojos hace unos días en Frankfurt.
Isabel se levantó entonces y rebuscó en un secreter cercano. Volvió al poco con Luis y le enseñó el recorte de una esquela de un periódico de 1988.
Frankfurt del Main septiembre de 2000
Luis estaba sentado en el asiento izquierdo del Boeing 747-400 que hacía la ruta a Nueva York. Había querido volver a volar como comandante después de un tiempo haciendo funciones de gestión en la compañía. Aquella noche despegaron con algo de retraso, pero Luis informó a los pasajeros que recuperarían el tiempo perdido volando algo más rápido en ruta.
El primer oficial, Hans, llevaría el avión desde Shannon hasta situarlo en una de las rutas concedidas por control de tráfico para volar hasta Terranova. Allí, Luis volvería a tomar los mandos para aterrizar en el JFK. Durante el largo vuelo Luis tuvo mucho tiempo para pensar en lo ocurrido con su antiguo compañero. Después de la conversación que había tenido con Isabel en Madrid, Luis intentó llamar al número de teléfono que Miguel le había dejado. Telefónica le había informado que ese número no pertenecía a ningún abonado. Había pasado unos días consternado. Ahora había decidido volver a volar y decidió olvidarse de lo ocurrido.
El vuelo transcurría con normalidad, pero a unas 180 millas náuticas al norte de las Azores, el primer oficial divisó una extraña luz por el lado de estribor.
—Capitán. Veo una luz. Creo que tenemos algo volando muy cerca, pero el TCAS no indica nada —dijo el primer oficial con extrañeza.
—¿No será un reflejo del parabrisas?
—Lo he considerado, pero no me lo parece. Es algo raro, no parece un avión.
—Llamaré a control —dijo Luis— si es un avión, lleva la misma ruta y velocidad que nosotros. Es un peligro. Está muy cerca.
—Quizás tenga averiado el transponder. —intervino el primer oficial.
—No lo sé.
Luis Seleccionó la frecuencia apropiada en la radio y habló con el centro de control. Este informó que no debería de haber ningún tráfico aparte de ellos en esa ruta y en ese momento.
Luis desconectó el piloto automático y tomó los mandos. Informó a control y a su primer oficial que iba a efectuar un viraje a estribor para descartar que esa luz fuese un reflejo. Si la luz no cambiaba de posición se trataría sin duda de un reflejo. En el viraje a la derecha quedó patente que tenían a un intruso muy cerca de su ruta. Un objeto luminoso que se movía de derecha a izquierda.
—Capitán Que hacemos?
—Mantengamos rumbo y velocidad y observemos que es lo que hace ese objeto—contestó Luis.
—¡Se está acercando Capitán!
—Ya lo veo.
En ese momento el objeto emitió destellos parecidos a las luces estroboscópicas de un avión comercial, pero eran luces de varios colores. Luis escucho la voz de Toni en su interior. "Luis, no podemos acercarnos más". "Te agradezco que transmitieras el mensaje de mi padre".
—¿Toni? ¿Eres tú? —Balbuceó Luis
—Capitán ¿qué ocurre? —inquirió el primer oficial.
—No lo sé Hans. ¿Tú has escuchado algo? —preguntó Luis a su primer oficial.
—No señor. No he escuchado nada.
—Entonces todo está bien. No ocurre nada. —dijo Luis con calma al tiempo que esbozaba una sonrisa.
—¿Cómo que no ocurre nada? Tenemos un objeto extraño muy cerca de nosotros y...
—Yo no veo nada —dijo Luis cortando toda posibilidad de discusión.
En efecto. El objeto había desaparecido.
—Pero esto es algo extraordinario —continuó con vehemencia el primer oficial— deberíamos dar parte y...
— ¿...y que nos tomen por locos? ¿Hacer todo el papeleo? ¿Pasar por un calvario de preguntas? No estoy dispuesto. Yo no he visto ni oído nada Hans y así lo haré constar si quieres informar sobre esto —zanjó Luis.
Madrid, 1 de noviembre de 2020
Eran las dos de la madrugada cuando Isabel escuchó que alguien llamaba a la puerta de su casa. Se preguntó quién podría ser a esas horas. Alguien había pasado por la entrada del jardín sin que fuera detectado por el sistema de alarma. Ahora se encontraba delante de la puerta y llamaba una y otra vez. Isabel estaba asustada. Llevaba consigo el teléfono móvil por si tenía que contactar con los guardias de seguridad de la urbanización. Isabel echó un vistazo rápido por la mirilla y distinguió la figura de una persona alta de unos 35 años que golpeaba con los nudillos con insistencia. Se echó atrás aterrorizada. Entonces se escuchó una voz.
—¡Abre la puerta mamá! Soy tu hijo. Toni. Tenemos que hablar...
Isabel se dejó caer al suelo lanzando un grito desgarrador.
FIN
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Este cuento forma parte de una trilogía que he escrito para mi mujer Olga. La última misión es el título del libro. Se trata de una compilación de tres cuentos aeronáuticos: La última misión, Mensaje para un Halcón y La maldición de los Alcázar.
- En la última misión, un joven piloto con poca experiencia se ve envuelto en una tormenta que desvía su vuelo y le obliga a aterrizar en un aeropuerto abandonado. El único encargado del lugar le cuenta una triste historia inacabada. Esto lleva a nuestro protagonista a buscar el final de la historia.
- En Mensaje para un Halcón, un capitán del Ejército del Aire tiene que salir en misión de alarma a interceptar un objetivo. Las consecuencias de esta operación influirán decisivamente en la vida de varias personas.
- En La maldición de los Alcázar, un joven piloto español en los años 30 intenta establecer una ruta comercial para vender trigo. Una maniobra arriesgada dará al traste con la forma de transporte, pero con un giro inesperado al final.
El libro se puede comprar en Amazon: La-ultima-mision



Hola, estupendo cuento.
ResponderEliminarY donde se puede conseguir el libro completo?
Hola Daniel, muchas gracias por tu comentario. Mira, el libro se puede comprar en Bubok, te pongo el enlace al final del post para que lo puedas pinchar.
EliminarUn cordial saludo
Manolo
Hola ¿Quieres que te ayudemos a escribir la segunda parte? ¡Vale! Yo acepto que pueda haber vida inteligente (no como la nuestra) en otro lugar del universo, y por esa inteligencia no vienen aquí.
EliminarPor eso creo que Isabel transtornada por la pérdida del hijo y luego del marido sufre depresiones cíclicas y en su mente Miguel visita a Luis, éste la visita y luego aparece Toni aporreando la puerta de madrugada ¡Amos hombre! si te vas a revelar a tu madre ¿vas de madrugada? Al día siguiente la encontrarán aturdida, sin saber qué ha pasado y con una crisis de ansiedad y depresión como nuca.
Un saludo
Pedro MIguel
Los años me han permitido ver... y sufrir, algunas cosas inexplicables en otra etapa profesional, pero este relato me ha puesto los vellos de punta como aquella noche a las afueras de un pueblecito cercano a Vic.
EliminarHola querido amigo,
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Aunque yo no creo en platillos volantes al uso, personalmente me gustan estas historias (del tipo que sea), donde exista un misterio y siempre pueda haber lugar para la duda...
Ya sabes que este humilde blog está a tu disposición por si quieres contarnos esas experiencias que viviste con más detalle. Puedes escribirme lo que creas oportuno a Nel.R(arroba)hotmail.es y te lo publico con mucho gusto a tu nombre o con seudónimo/alias ...y si quieres lo novelamos :)
Un abrazo
Manolo
No fue nada relacionado con gente de otros mundos o planos espirituales... un oso o algo parecido la tomó con la trasera del coche que conducía, a tenor de las marcas que se apreciaron en el portón.
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